Abandoné tu rastro,
pinté sobre las huellas que olvidaste en la pared
todas mis manos,
las que nunca hablaron
más de ti
en el pasado,
también éstas
que te han perdonado.
Escribí sobre tus pasos,
sobre tu tierra tibia:
“regresa”.
Lo dibujé con un millón de trazos,
lo grité desde los labios
descarnados
de cualquier desconocida.
No,
ahora ya no escribo
para no rescatar
tu nombre
de mi olvido,
encadeno tu espacio
al mío
sin embargo,
con letras imposibles
que se leen ya sólo
en religiones muertas.
Éstas manos,
mientras tanto,
aprendieron ya
a ir quedándose
muy
muy
muy
muy
demasiado
quietas.
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