El camino lo escribimos todos y nuestras huellas se van quedando impresas en el tiempo, nos matizan la memoria, se reproducen casi en cualquier hueco. De todo lo que somos, si nos queda un poco qué perder, lo perdemos todo entonces y nunca por convicción. Así, escribimos con los pies, en cada paso, un cuento nuevo, una pesadilla vívida, un duelo irreprensible, un poema repetido.
Hace tiempo abrí mi ventana y empecé a escribir sin luz, me nutrí del frío; no importa, con el tiempo abandoné a mi soledad, comprendí que el mundo se extendía hacia el interior de mí si dejaba la ventana abierta, y me he acostumbrado ya a la oscuridad.

domingo, 15 de agosto de 2010

Las luces apagadas

Recostados, desguarnecidos; en una habitación desordenada. Agotados, desnudos; envueltos en una música que suena a tiempos viejos, a ecos adormecidos, a tristezas inconsolables. Te necesito de verdad y esta es la única forma en la que concibo tu compañía.

La primera vez que te vi estabas recargada en la pared frente al elevador. Entendí, por la posición de tu cuerpo, que estabas en contra del universo, en contra de todos, en contra de ti misma, sin embargo eras una chica dulce con un pasado complicado, demasiado inexperta para asumir esa actitud. Demasiado abandonada. Qué podía decir o hacer, sino verte una y otra vez antes de dejar el corredor revuelta entre una multitud. Pasó algún tiempo antes de encontrarte de nuevo, debo decir que te busqué insistentemente, sólo encontré tus miedos y complejos, tus necesidades más básicas muy mal sustentadas; tu figura esbelta y tu alma aterrada. Hace dos días que dejé eso de querer cambiar al mundo, no me enamoré de ti por lástima, como suelo hacerlo, ni para ayudarte, es sólo que me vi reflejado en tu desesperanza.

Recuerdo tu apatía hipócrita, tu actitud ególatra, y también recuerdo la forma en que terminamos juntos: vagabundeando alrededor de una botella de alcohol. — Creo en el amor— dijiste, después de varios tragos. Yo creí que era posible amarte tanto como para hacerte daño, como para morirme contigo. Como para quedarme contigo. Pude convencerte después de insistir: “nunca conocí a nadie como tú”.

Los primeros días los pasé buscando en el olor de tu cuerpo, en la textura de tu pelo, en tu caligrafía; hurgando, olfateando, adivinando por qué te gusta tanto ser infeliz: tomaste la desición de dejarte llevar, y yo no pude llevarte lejos, seguiamos ahí, cada vez más hundidos por el peso combinado de nuestras culpas, lo peor ahora, quizá, es que aún nos gusta estar juntos.
Verónica inestable, Verónica irascible, Verónica de cualquier hora, Verónica, sobre todo, a las dos de la mañana: con tu cuerpo expuesto, con tu espíritu indispuesto, con el ánimo resquebrajado al lado de un imbecil. Verónica, Verónica, Verónica enfermiza, quebradiza, quebrantable, delgada, delicada, endeble, tenue, desgastada, sutil…

Durante meses continuaste persiguiendo el espejismo de independencia sustentado en tu en tu deseo de ser toda una artista. Me gustaba verte sonreír, me gustaba verte envuelta en retales violetas y zapatos medio rotos; era un reflejo de tu aura. La poesía la inventabas a partir de un desolado ladrido en la madrugada, de un gentío en la avenida, de un viaje en carretera, del olor de la tierra, de un amante que nunca conociste. Fue el arte más triste que jamás haya entusiasmado tanto a mi desabrigado corazón.

Después de interminables decepciones sólo nos quedo el hábito del cigarro y la cerveza, luego la independencia llegó a través del abandono total al que nos relegó momentaneamente el mundo. Te enfocaste mal, esperabas encajar en una comunidad hueca e impertinente. Es irónico cómo tu trabajo estaba orientado a la crítica de esa clase de vicios, con los cuales no pudimos conectarnos jamás.

Lo vivimos todo, me refiero a lo peor, tu inspiración se enriqueció como nunca pero tu ánimo se marchitó poco a poco, tu energía decayó, tu luz se volvió opaca. Reencontramos el camino poco después en un sentimiento mutuo de posesión obsesiva, en una complicidad absoluta. Compartimos mucho más que nuestros cuerpos y nuestras vidas; nuestros ideales, nuestras ambiciones, nuestros miedos, nuestras mentes, nuestras memorias. Comenzamos juntos una revolución de vida, un proyecto de felicidad a plazo interminable y una huelga de éxito en nombre de una libertad naciente.

Nos desembarazamos del mundo, de tus padres, de mi madre y de nuestros amigos. Tu madre se alegró de que te fueras de casa y tu padre no tuvo argumentos para detenerte; mi madre sólo dijo: “que les vaya bien”. Fue lo mejor que pudieron hacer por nosotros, en otro caso, hubiéramos tenido el impulso de pedir ayuda cuando todo se complicaba.
Los años que malvivimos juntos fue el periodo más extraordinario de mi vida, no tuvimos una necesidad más grande que encontrar una forma milagrosa de amor siguiendo un temerario estilo de vida y una variante inconcebible del deseo.
Amo tocar tus senos bajo la sabana cuando nos quedamos acostados en el sofá a lo largo de un día lluvioso, besarte bajo el agua fría de la regadera, verte andar en bragas por la habitación; me gusta que dejes abierta la puerta del baño y orines sin pudor alguno y que no te afeites las axilas; comer del mismo plato, oír tu voz, sentir tu respiración. Me gusta tu olor, tu color, tu textura; el sabor de tu saliva, la tibieza de tu vagina, el profundo café de tus ojos; tu calor y por las tardes, cuando te acercas a mí moviéndote como un gato y te acurrucas en mi vientre y en mis piernas, deseo que te quedaras muerta entonces, así, toda la vida, junto a mí en un tiempo eterno, insondable, intransitable…

Si sólo fuéramos más talentosos... nos encontramos en un estado absoluto de indiscutible humanidad, nuestra unión se complementa a través del contacto físico pero el vínculo imperativo entre tú y yo es puramente espiritual, quizá entonces hubiéramos descubierto que lo que hay al otro lado de la necesidad es el infinito mismo. Se lo hubiéramos contado al mundo.

Me sorprende ver el vacío que hay en el fondo, en el extremo al que hemos llegado, estando aquí te necesito desesperadamente, me aferro a tu regazo, a tu compañía, a la idea de que estarás conmigo mas no estoy asustado. ¿Podríamos tenernos el uno al otro en un escenario distinto? No rotundo. Tú y yo sólo podemos existir en la inexistencia misma, vivir en el extremo de la vida, renacer a través del frío. Sin bisutería, sin pantallas ni disimulos, en el amor mismo y sin otra urgencia más que estar unidos, fundidos y solidarios. Sin embargo, nunca contamos con vivir una vida tan larga: después de hacer público tu trabajo esculpido en un libro, renunciar enteramente a los hastíos y corrupciones de nuestra comunidad y obsequiar nuestros pocos recursos, decidimos festejar que le habías gritado a todos que el mundo es un asco, (y además te lo habían celebrado como idiotas) cerrando nuestra puerta para siempre.

Nos alcanzó el tiempo para eternizar nuestra armonía, para perdonar nuestras diferencias; para hacer el amor, para esconderlo y para inventarlo de nuevo, para desear el final y para estar juntos una y otra vez.

El dolor que se ha instalado en mi abdomen permanentemente es sólo un homenaje a nuestra decisión, y, para recordar que el mundo es un pecado inconmovible, hemos dejado la ventana abierta.

Hoy nuestra energía está por extinguirse, estamos a punto de morir. Sostengo tu pequeño cuerpo con mis brazos y mi boca está llena de tus cabellos. Eres como un ángel pálido y desnudo. Dios nos bendijo con total lucidez hasta el último momento, es algo para agradecer. La última canción salió arrastrándose por tus labios y se disolvió en el aire:

>>afuera hace silencio
tu nombre pulsa en la habitación
el duelo se quiebra
tu aliento se hiela aquí
en la esquina más rotunda del sol
la ausencia estática
la memoria autárquica
y nuestra vida,
viva por imposición,
nos lleva de regreso
donde la vieja ermita
en el estéril cielo
de un olvidado corredor
nunca nos quedó un mal hombre para olvidar
y aquí, en el final, sólo podría olvidarte yo<<

Y tu delicada voz se quedó flotando en el aire, quiero que se quede vibrando en mi corazón por siempre. Dijiste te amo y dejaste de mirarme, estoy feliz, en un momento volveré a estar contigo.
Tal vez nadie note que nuestra puerta nunca se abre, aunque si alguien llega sabrá que te amo por que estarás en mis brazos, no lo comprenderá, podrá vernos pero no estaremos más aquí. Dejo este breviario sin otra intención que dibujarte como sueles hacerlo tú con todas las cosas: con palabras, no por explicar nada, no tenemos cuentas por cubrir.

Nuestra habitación será olvidada por el mundo, por fuera nos envuelve una atmósfera aislante de silencio profundo e impenetrable soledad, el interior está casi hueco, tú y yo flotamos en medio de vapores de saliva y sudor, velados por un sopor de hambre y desencantos constantes, unidos más que nunca por nuestra gloria y perfección. Con las luces apagadas